Descuidado, así, en la orillita del abandono. Es fácil
percibir cuando a un espacio le falta la voluntad de alguna autoridad o
funcionario en turno para que, de manera cabal, cumpla el papel para el cual
nació en la sociedad; esto es lo que, lamentablemente, le sucede al Museo
de Historia Natural y Cultura Ambiental del DF, ubicado en la segunda
sección del Bosque de Chapultepec y cuya administración corresponde a la
Secretaría del Medio Ambiente del Distrito Federal, cuya titular es Tanya
Müller García; y a la Dirección General de Bosques Urbanos y Educación
Ambiental de esa dependencia y que dirige Alejandro Camarena Cuevas.
Aunque en su portal de Internet el museo informa que se
encuentra en renovación, la verdad es que cuando uno llega a las instalaciones
se percata de que ese espacio cultural tan importante se encuentra atorado en
la década de los ochenta. Todo permanece exactamente igual a como estaba hace
treinta años, y contar treinta años ya son muchos. Si las autoridades
correspondientes hubieran actuado ya en tiempo y forma, ese museo sería uno de
los más hermosos no sólo del DF sino, también, de todo México… Pero no, por
desgracia es tan deprimente llegar al museo, hacer el recorrido y salir de ahí
con algo de tristeza y frustración.
Si las autoridades culturales del Gobierno del Distrito
Federal han considerado ponerse a la altura de los museos de historia natural
más importantes del mundo (como los de Londres, Berlín, París, Washington,
Nueva York, La Plata, Río de Janeiro, Chile e Irlanda), deberían revirar y
poner mayor atención en este espacio cuya importancia histórica, no sólo en
México, sino en Latinoamérica, es determinante.
Sólo para recordarle, señor lector, el Museo Nacional de
Historia Natural de México inicia su historia desde la época de la Colonia en
nuestro país. Fue el primer museo de historia natural que se fundó en el Nuevo
Mundo. Carlos IV envió a la Nueva España una comisión con el propósito de
completar e ilustrar la obra del doctor Francisco Hernández. Encabezó esta
comisión don José Longinos Martínez, quien radicó en la ciudad de México y por
iniciativa suya, así como aportaciones personales, se funda en 1790 el Gabinete
de Historia Natural. Durante la Guerra de Independencia estuvieron en peligro
de perderse las colecciones, sin embargo fueron rescatadas y enviadas a la
Universidad en donde se unieron a las de Arqueología que por órdenes del Virrey
Bucareli habían sido instaladas en la biblioteca de la misma institución.
Durante la presidencia de Guadalupe Victoria, y a iniciativa de Lucas Alamán,
se fundó en la Universidad el Museo Nacional. En 1831, por decreto de Vicente
Guerrero, se creó definitivamente el museo, el cual quedó gobernado por una
junta directiva presidida por Pablo de la Llave. En 1843 el Ministerio de la
Instrucción Pública dispuso que el museo quedara anexo al Colegio de Minería;
más tarde se formó un establecimiento con el Museo Mexicano, el Jardín
Botánico, el Archivo General y la Biblioteca Nacional. Maximiliano,
emperador de México, decretó en 1865 que el Museo fuese instalado en un local
anexo a Palacio, mismo que hoy ocupa la biblioteca de Hacienda. Le dio el
nombre de Museo Público de Historia Natural, Arqueología e Historia y declaró
que lo conservaría bajo su inmediata protección. Entre el año 1913 y 1964
el Museo Nacional de Historia Natural (MNHN) se encontró donde hoy es el Museo
Universitario del Chopo ubicado en el número 10 de la entonces llamada Calle
del Chopo. Aún en la actualidad dicho museo cuenta con una considerable
colección de animales disecados, fósiles y muestras de frutas, plantas y
vegetales de aquel tiempo. El 15 de octubre de 1929, mediante la firma de
un acta, se llevó a cabo la entrega del Museo Nacional de Historia Natural al
Patrimonio Universitario de la UNAM. En 1951, el Museo Nacional de
Historia Natural estuvo bajo la dependencia del Instituto de Biología y poseía
colecciones importantes que desgraciadamente no se encontraban en los lugares
de exhibición adecuados. En ese entonces contaba con aproximadamente 22,050
ejemplares. Cuenta la historia que en 1964 el Museo Nacional de Historia
Natural cayó en un lamentable abandono que provocó su cierre y la distribución
de buena parte de su acervo entre el actual museo de historia que se ubica en
Chapultepec, el museo de culturas y varias dependencias de la UNAM. Desde mi
punto de vista, este museo continúa abandonado desde 1964, y aunque en 1999
cambió de administración y de nombre, considero que no hay indicios de que lo
tomen en serio, no hay señales de preocupación por tan valioso espacio; no
importa el peso histórico que le dio vida así como tampoco interesa que sea uno
de los museos más visitados en la capital.
Actualmente
el Museo Nacional de Historia Natural y Cultura Ambiental cuenta con 7,500 metros cuadrados de exhibición
distribuidos en un conjunto arquitectónico que consta de diez amplias
estructuras semiesféricas formando bóvedas o módulos de colores (bastante
desteñidos, por cierto), los cuales albergan los diferentes tipos de
colecciones según las siguientes temáticas: Módulo de dos bóvedas en el que se
exhibe El Universo, el Observatorio del Cambio Climático y la Sala de
exposiciones temporales. Cuando se termina el recorrido por esta bóveda y sale
rumbo a la siguiente sala para continuar, uno sale con un extraño sentimiento
de que algo faltó en esa sala del Universo. Con los avances que tiene la
tecnología actualmente, es imperdonable llegar a una sala que hablará de
planetas y de galaxias, sentarse a ver cómo un proyector forma cada uno de los
planetas y observar que no todos los planetas terminan por ser proyectados, así
como tampoco descritos de manera correcta (el día que asistí algunos jóvenes
esperaban que apareciera Saturno para ver de qué manera el museo había resuelto
la aparición de los anillos de este planeta). Es ridículo e imperdonable que,
cobrando la entrada al museo no se haya puesto el énfasis debido en utilizar
las nuevas herramientas de la tecnología para hacer de esta bóveda algo
maravilloso que atrape por completo a quien la visita.
De igual manera, el museo cuenta con un módulo de cuatro
bóvedas que abordan la Evolución de la vida, la Adaptación al medio y Origen y
Clasificación de los seres vivos… También, frustrante el asunto de la visita
por estas bóvedas. Mala iluminación, un calor terrible a pesar de que afuera
hacía frío. Los textos que informan en cada uno de los escaparates es de hace
años. Las paredes se observan resanadas, como anunciando una renovación también
desde hace ya algún tiempo y que, por alguna razón, no ha llegado. Entrar a
esas bóvedas fue como ingresar a la sala de trofeos de algún abuelito: cabezas
de animales ya vetustas en las paredes, ese aroma que nos da un indicio de que
ya pasaron por ahí muchos, muchos años y que la renovación o remodelación sólo
es una promesa no cumplida.
Para cuando uno llega al módulo que tiene tres bóvedas en
las que se puede apreciar la exposición de la Evolución humana y Biogeografía,
la frustración y la tristeza son inevitables. ¿Por qué no toman en serio a los
espacios culturales esas personas que se dicen funcionarios? Se supone que
están ahí, en ese lugar, en ese puesto, para que los espacios culturales sean
funcionales, actualizados y modernos; esos secretarios y directores de área
perciben un sueldo por supervisar estos espacios destinados a la cultura y al
esparcimiento en el Distrito Federal.
Es importante comentar que el museo cuenta en la
actualidad con 2,775 piezas. Alrededor de 50% de las piezas están en exhibición
y el resto, principalmente la colección de rocas, minerales, herbario y conchas
están resguardadas en bodega.
Y no se detiene la sorpresa y la decepción: resulta que
este museo (e imagino que algunos más pues, de pronto y de golpe y porrazo a
las autoridades culturales del Distrito Federal les ha dado por rentar los
espacios culturales como si fueran cualquier salón de fiestas) renta sus
espacios. El anuncio dice exactamente esto: “Contamos con 9
cúpulas del museo más el vestíbulo. Ideal para conferencias, charlas o la
presentación de productos corporativos”. Realmente es vergonzosa la manera en
cómo anuncian los espacios culturales promocionando la renta de sus áreas,
vergonzoso y lamentable pues, por desgracia, por más que los recursos ingresen
(en caso de que alguien se atreva a rentar un espacio tan descuidado como éste)
no son suficientes para que la voluntad de sus directores y de la Secretaria
del Medio Ambiente se active y decidan en llevar a cabo una remodelación en
serio de este museo.
Para
cerrar esta entrega, transcribo aquí la función que –afirman sus directivos-
tiene el Museo de Historia Natural y Cultura Ambiental en nuestra ciudad: El
Museo de Historia Natural y Cultura Ambiental (MHNCA) es una institución
cultural de divulgación científica sin fines de lucro (el resaltado
es mío). Se trata de un espacio de encuentro y aprendizaje para
visitantes de todas las edades, cuyo propósito es estimular, documentar y
difundir todas las actividades que promuevan el conocimiento acerca del
Universo, la Tierra y la vida…
Considero
que no se cumplen los propósitos trazados. Quienes visitamos este museo salimos
de él deprimidos y con la certeza de que falta mucho, pero mucho por hacer en
pro de los espacios culturales del Distrito Federal. Sirva esta columna para
hacer un llamado a los directores involucrados y de quienes se exige el
despabile de su voluntad para que este museo cobre vida y se lleve a total
efecto la remodelación de la que tanto se habla y que se ha postergado no sé
por qué razón.
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