Thursday, February 05, 2015

Por los teatros de México. Por el Jiménez Rueda

En el principio, el Teatro. En el inicio de la representación y la búsqueda de la conexión con los dioses, el ritual que, posteriormente, se transformó en arte escénico. Antes de su nacimiento oficial en la antigua Grecia, el teatro ya existía en manifestaciones teatrales en el mundo: bailes y danzas que constituyen las más remotas formas del arte escénico. Las primeras manifestaciones dramáticas que se presentaron fueron las prehistóricas danzas mímicas que ejecutaban los magos en las tribus y durante las que se hacían acompañar de música y de masas corales en sus conjuros, con el objetivo de ahuyentar a los espíritus malignos.
Desde los inicios de la historia del hombre como ser pensante e integrante de una comunidad, el Teatro refleja su realidad: la señala, la critica y la recrea con el claro objetivo de replantear sus fallas, sus carencias, sus excesos, sus manías. Desde ese tiempo y hasta nuestros días, el Teatro es una de las disciplinas de mayor importancia en el ámbito cultural, pues cumple una función de socialización de las relaciones humanas. Cuenta la historia que el diálogo más antiguo que se ha encontrado proviene de Mesopotamia y que en Japón los principales teatros son el Noh y el Kabuki. Dicen quienes saben que en la India se desarrolló un teatro y una cultura que va directamente a los sentimientos y emanan religiosidad.
Ahora bien, la construcción de los escenarios -tal y como los conocemos- se inició durante el Imperio Romano, así como las primeras formas de escenografía y decorado, sin embargo, no todo fue miel sobre hojuelas durante este periodo, ya que durante este periodo el teatro cayó en un declive cultural ya que los romanos preferían el circo; para cuando llegó la Alta Edad Media, en el año 476, el Teatro casi había desaparecido porque la Iglesia lo consideraba un pecado.
Justo en estos periodos nos encontramos aquí en México actualmente. Estamos no perdidos en el espacio, pero sí en esa línea temporal que nos regresa –a pesar de no quererlo nosotros- a los tiempos del Imperio Romano: a la mayoría de la gente le gusta el circo, la televisión, el dramón de las telenovelas y los partidos de fútbol, razón por la cual el teatro y demás actividades culturales están en peligro de extinción pues –piensan los funcionarios- si la gente no muestra interés, no hay porqué destinarle presupuesto y, peor aún, resurge la necia alternativa de cerrar los espacios culturales.
Resulta que el Teatro Jiménez Rueda, un espacio emblemático en el arte escénico no sólo en el Distrito Federal, sino en todo el país, cerrará sus puertas para dar paso a un centro comercial (como casi no hay centros comerciales aquí en el Distrito Federal, como es algo urgente y muy necesario cerrarán un teatro –que hay muchos y en todos lados- para que surja de ahí un centro comercial. ). El colmo. La insensibilidad y el nulo tacto en temas culturales cada vez es más evidente. Es preocupante que los funcionarios en turno no se tomen las molestias de siquiera sopesar el hecho de cuánto impacto tendrá el que se cierre un teatro de la importancia del Teatro Julio Jiménez Rueda. 
El Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) confirmaron el cierre del Teatro Jiménez Rueda para finales del mes de marzo, sin embargo –y como suele ocurrir en este tipo de situaciones- las autoridades afirman que es porque hay riesgo pues el edificio de junto se encuentra reclinado sobre el inmueble en el que se encuentra el teatro, en tanto existen otras versiones que afirman que cerrarán este espacio porque levantarán un centro comercial. Se debe recordar que este espacio pertenece al ISSSTE pero que es administrado por el INBA. El ISSSTE, a través de su oficina de prensa, confirmó hace poco la propuesta de venta del edificio y, como era de esperarse, ante la noticia, la comunidad cultural y, específicamente, actores, dramaturgos y empleados del teatro han mostrado su inconformidad y molestia. Y es que no es para menos. Lo que hace falta en este país son espacios dedicados a la cultura y al arte; lugares en los que los artistas expongan y difundan su quehacer, sus propuestas artísticas. De qué manera sensibilizar a la comunidad y a las nuevas generaciones. La cultura, el gozo estético que brindan todas las artes, es necesaria para el desarrollo de niños y jóvenes, más aún en estos tiempos en los que la violencia parece generalizarse y ser tan común día con día.
¿Qué se debe hacer para que el Jiménez Rueda no cierre sus puertas? ¿Con quién se debe hablar para intentar convencerle de que esa decisión es equivocada, que es errónea, que se aleja de los movimientos culturales acertados? ¿Realmente se trabajará y se encontrará una nueva sede para este teatro, tal como se compromete María Cristina García Cepeda, directora general del INBA? ¿Y para qué cerrar o cambiar de sede un teatro que ya cuenta con años en ese lugar en donde se encuentra? Mutis. Nadie responde, los funcionarios se hacen de la vista gorda, miran para otra parte; suenan su nariz y arrojan su moquiento punto de vista tan cerrado, tan patético, tan fuera de lugar porque nada pueden decir, nada pueden explicar, vaya, no pueden siquiera mirar a los ojos y dar una razón creíble del porqué o del cómo y de qué manera se toman determinaciones que le vienen dando en la torre a la cultura ya de por sí tan odiada, tan pisoteada y ninguneada de este país, cada vez más lejos de la razón y de la cordura. Algo que no se entiende es por qué se invirtió en la remodelación de este teatro, hace apenas algunos años, y no se previó de los posibles cambios que tendría o presentaría el edificio que se ubica junto a este espacio escénico. Conociendo el proceder de las autoridades, no se le invierte dinero a un espacio que se encuentra en riesgo. Si en ese tiempo tanto el ISSSTE como el INBA observaron que el edificio que se encuentra junto al Jiménez Rueda presentaría futuras fallas en su estructura, una de dos: remodelan las fallas estructurales y remodelan de manera general, o definitivamente hubieran anunciado que no se llevaría a cabo la remodelación debido a las causas que se exponen en esta entrega. No se lleva a cabo una remodelación si se detectan futuras fallas o riesgos, ¿no cree?
Todo sea, pues, porque los centros comerciales se levanten sobre los restos de lo que alguna vez fueron espacios culturales destinados a la sensibilización de seres cada vez más neófitos, fríos e insensibles. ¡Benditos sean los súper mercados, las ventas y las carteras de quienes celebran el desahucio de la cultura y el arte!
Sólo a manera de historia: el Teatro Julio Jiménez Rueda fue inaugurado el 23 de noviembre de 1965 con un programa-homenaje a las primeras actrices del teatro mexicano: Ma. Teresa Montoya, Virginia Manzano, Amparo Villegas, Carmen Montejo, Ma. Teresa Rivas y Ofelia Guilmain, quienes interpretaron fragmentos de obras que las habían consagrado. Tres días más tarde, se inauguró formalmente con la obra Mudarse por mejorarse, de J. Ruiz de Alarcón, dirigida por J.L. Ibáñez, con un elenco integrado por Rita Macedo, Raúl Dantés, Carlos Fernández, Julissa, Claudio Obregón, Felio Eliel, Sergio Jiménez, Dolores Linares, Carlos de Pedro, Sergio Verduzco y Miguel Flores. Ha sido sede de eventos y festivales nacionales e internacionales. Esperemos que algo se pueda hacer, que los interesados en levantar un centro comercial en ese lugar encuentren otro, o que se lleven a cabo ajustes y se solucione el peligro del que hablan (lo han hecho en otras ocasiones, hay personal calificado para ello) y que este teatro siga funcionando como hasta ahora. Esperemos que la cultura deje de ser la hermana gorda y fea y que, al fin, se le fortalezca con nuevos espacios y apoyos para los creadores de este país. Así sea.





Wednesday, January 28, 2015

La importancia de los correctores de estilo

Cuando un libro llega a sus manos, señor lector, usted no imagina el trabajo que se llevó a cabo antes de que ese ejemplar llegara a sus manos. Durante la producción de un libro se lleva a cabo todo un proceso que involucra a muchas personas, desde fotógrafos, impresores, compañías papeleras y los correctores de estilo, sí, leyó usted bien, correctores de estilo, esas personas raras que revisan una y otra vez un manuscrito o archivo en Word, cazando erratas y corrigiendo errores, investigando datos e información con el único objetivo de que el texto que llegue a usted sea completamente limpio.
Cuando un libro llega a las manos del lector, el lector aplaude o le mienta la madre al escritor en un claro afán por hacerle saber su aprobación o rechazo a la historia que escribió. El lector en ningún momento se pone a pensar en el trabajo del corrector de estilo, o en el trabajo de quienes participan en el proceso de edición. La gloria o el infierno son, siempre, para el escritor. Si a esta falta de reconocimiento le sumamos la falta de seriedad de algunas editoriales al momento de pagar el esfuerzo y las horas nalga que se llevó el corrector de estilo al hacer su trabajo, en definitiva es evidente la falta de respeto hacia su trabajo.
La mayoría de quienes se dedican a la corrección de estilo tienen familia: hijos, esposas, compromisos de pagos (rentas, colegiaturas, servicios) y nada de esto parece importarle a quienes autorizan los pagos en esas editoriales que se pasan de chistositas y no le pagan al corrector de estilo o, si le pagan, lo hacen después de tres meses de que él entregó el trabajo.
La corrección de estilo es una chamba mal pagada y es el corrector de estilo quien recibe mayor ingratitud y presión al momento de desarrollar su trabajo. La ingratitud llega, incluso, por ambos flancos: editores y escritores, de quienes el corrector de estilo llega a escuchar frases que van desde “ya lo revisé, ya nomás échale una revisadita”, o también “ya le pagué a alguien para que lo revisara, ya nomás tú échale una ojeadita”, hasta la frase de “¿Es lo menos que me puedes cobrar por hacerle la corrección?”, como si se tratara de ir a comprar jitomates al mercado de los martes.
Es conocido en el gremio de correctores de estilo que entre las editoriales que se pasan de chistosinas y no pagan se encuentran Fernández Editores, EdiMend, Esfinge y Terracota. También existen editoriales como JUS que no sólo no le pagan a sus correctores, sino que tampoco le pagan a sus empleados. Demandas, denuncias, molestia y hasta una lista negra… Lo peor del caso es que, a pesar de todos esos recursos a los que han acudido los correctores, editoriales y personas que se autonombran escritores siguen haciendo de las suyas y simplemente, porque así se los dicta la gana, no le pagan, le dan largas, se le esconden o le juegan al abonero.
La corrección de estilo es tan antigua como la escritura misma. La historia cuenta que desde el Siglo I de nuestra era, Plinio, Séneca, Cicerón y Quintiliano intercambiaban sus escritos para corregir errores. Fue durante la Edad Media cuando se definió la figura de quienes se dedicaban a esta labor: el corrigere, el monje copista que realizaba correcciones al margen de la hoja, llevaba a cabo su labor en el monasterio y en los conventos. Fue hasta los siglos XII y XIII, y gracias al auge de las universidades, que se fomentó la labor de los copistas laicos que, a partir de entonces, se encargaron de reproducir los textos autorizados para los estudiantes más ricos. Los copistas, tanto monacales como laicos, se especializaron en tareas distintas dentro de la producción de los libros: dominaban todos los estilos caligráficos y escribían con gran rapidez, incluso desarrollaron la habilidad para escribir con las dos manos.
Cuando apareció la imprenta se mecanizó la producción de los libros. Quienes se dedicaban a la corrección eran sabios, pensadores humanistas que por lo regular impartían cátedras de gramática y de retórica y que, de igual manera, se dedicaban a revisar cuidadosamente las pruebas de imprenta de los libros que se publicarían.
Leer los libros antes de que salgan publicados es una actividad privilegiada, afirma Ana Lilia Arias, en la revista virtual Cuadrivio, y añade que de los personajes más notables que desempeñaron esta labor destacan Erasmo de Róterdam (patrón de los correctores), Giordano Bruno y Elio Antonio de Nebrija, autor de la primera gramática castellana.
La figura del corrector de estilo en el mundo editorial es de suma importancia y merece un respeto. El corrector de estilo es pieza fundamental en redacciones y en editoriales y, como tal, se debe respetar y se le deben cubrir sus honorarios en tiempo y forma. Debe quedar claro que un corrector de estilo no es un marchante de mercado de alguna avenida, por lo que se debe evitar el regateo al momento de que él informa el costo de su trabajo.


Saturday, January 24, 2015

En el abandono el Museo de Historia Natural y Cultura Ambiental del DF

Descuidado, así, en la orillita del abandono. Es fácil percibir cuando a un espacio le falta la voluntad de alguna autoridad o funcionario en turno para que, de manera cabal, cumpla el papel para el cual nació en la sociedad; esto es lo que, lamentablemente, le sucede al Museo de Historia Natural y Cultura Ambiental del DF, ubicado en la segunda sección del Bosque de Chapultepec y cuya administración corresponde a la Secretaría del Medio Ambiente del Distrito Federal, cuya titular es Tanya Müller García; y a la Dirección General de Bosques Urbanos y Educación Ambiental de esa dependencia y que dirige Alejandro Camarena Cuevas.
Aunque en su portal de Internet el museo informa que se encuentra en renovación, la verdad es que cuando uno llega a las instalaciones se percata de que ese espacio cultural tan importante se encuentra atorado en la década de los ochenta. Todo permanece exactamente igual a como estaba hace treinta años, y contar treinta años ya son muchos. Si las autoridades correspondientes hubieran actuado ya en tiempo y forma, ese museo sería uno de los más hermosos no sólo del DF sino, también, de todo México… Pero no, por desgracia es tan deprimente llegar al museo, hacer el recorrido y salir de ahí con algo de tristeza y frustración.
Si las autoridades culturales del Gobierno del Distrito Federal han considerado ponerse a la altura de los museos de historia natural más importantes del mundo (como los de Londres, Berlín, París, Washington, Nueva York, La Plata, Río de Janeiro, Chile e Irlanda), deberían revirar y poner mayor atención en este espacio cuya importancia histórica, no sólo en México, sino en Latinoamérica, es determinante.
Sólo para recordarle, señor lector, el Museo Nacional de Historia Natural de México inicia su historia desde la época de la Colonia en nuestro país. Fue el primer museo de historia natural que se fundó en el Nuevo Mundo. Carlos IV envió a la Nueva España una comisión con el propósito de completar e ilustrar la obra del doctor Francisco Hernández. Encabezó esta comisión don José Longinos Martínez, quien radicó en la ciudad de México y por iniciativa suya, así como aportaciones personales, se funda en 1790 el Gabinete de Historia Natural. Durante la Guerra de Independencia estuvieron en peligro de perderse las colecciones, sin embargo fueron rescatadas y enviadas a la Universidad en donde se unieron a las de Arqueología que por órdenes del Virrey Bucareli habían sido instaladas en la biblioteca de la misma institución. Durante la presidencia de Guadalupe Victoria, y a iniciativa de Lucas Alamán, se fundó en la Universidad el Museo Nacional. En 1831, por decreto de Vicente Guerrero, se creó definitivamente el museo, el cual quedó gobernado por una junta directiva presidida por Pablo de la Llave. En 1843 el Ministerio de la Instrucción Pública dispuso que el museo quedara anexo al Colegio de Minería; más tarde se formó un establecimiento con el Museo Mexicano, el Jardín Botánico, el Archivo General y la Biblioteca Nacional. Maximiliano, emperador de México, decretó en 1865 que el Museo fuese instalado en un local anexo a Palacio, mismo que hoy ocupa la biblioteca de Hacienda. Le dio el nombre de Museo Público de Historia Natural, Arqueología e Historia y declaró que lo conservaría bajo su inmediata protección. Entre el año 1913 y 1964 el Museo Nacional de Historia Natural (MNHN) se encontró donde hoy es el Museo Universitario del Chopo ubicado en el número 10 de la entonces llamada Calle del Chopo. Aún en la actualidad dicho museo cuenta con una considerable colección de animales disecados, fósiles y muestras de frutas, plantas y vegetales de aquel tiempo. El 15 de octubre de 1929, mediante la firma de un acta, se llevó a cabo la entrega del Museo Nacional de Historia Natural al Patrimonio Universitario de la UNAM. En 1951, el Museo Nacional de Historia Natural estuvo bajo la dependencia del Instituto de Biología y poseía colecciones importantes que desgraciadamente no se encontraban en los lugares de exhibición adecuados. En ese entonces contaba con aproximadamente 22,050 ejemplares. Cuenta la historia que en 1964 el Museo Nacional de Historia Natural cayó en un lamentable abandono que provocó su cierre y la distribución de buena parte de su acervo entre el actual museo de historia que se ubica en Chapultepec, el museo de culturas y varias dependencias de la UNAM. Desde mi punto de vista, este museo continúa abandonado desde 1964, y aunque en 1999 cambió de administración y de nombre, considero que no hay indicios de que lo tomen en serio, no hay señales de preocupación por tan valioso espacio; no importa el peso histórico que le dio vida así como tampoco interesa que sea uno de los museos más visitados en la capital.
Actualmente el Museo Nacional de Historia Natural y Cultura Ambiental cuenta con 7,500 metros cuadrados de exhibición distribuidos en un conjunto arquitectónico que consta de diez amplias estructuras semiesféricas formando bóvedas o módulos de colores (bastante desteñidos, por cierto), los cuales albergan los diferentes tipos de colecciones según las siguientes temáticas: Módulo de dos bóvedas en el que se exhibe El Universo, el Observatorio del Cambio Climático y la Sala de exposiciones temporales. Cuando se termina el recorrido por esta bóveda y sale rumbo a la siguiente sala para continuar, uno sale con un extraño sentimiento de que algo faltó en esa sala del Universo. Con los avances que tiene la tecnología actualmente, es imperdonable llegar a una sala que hablará de planetas y de galaxias, sentarse a ver cómo un proyector forma cada uno de los planetas y observar que no todos los planetas terminan por ser proyectados, así como tampoco descritos de manera correcta (el día que asistí algunos jóvenes esperaban que apareciera Saturno para ver de qué manera el museo había resuelto la aparición de los anillos de este planeta). Es ridículo e imperdonable que, cobrando la entrada al museo no se haya puesto el énfasis debido en utilizar las nuevas herramientas de la tecnología para hacer de esta bóveda algo maravilloso que atrape por completo a quien la visita.
De igual manera, el museo cuenta con un módulo de cuatro bóvedas que abordan la Evolución de la vida, la Adaptación al medio y Origen y Clasificación de los seres vivos… También, frustrante el asunto de la visita por estas bóvedas. Mala iluminación, un calor terrible a pesar de que afuera hacía frío. Los textos que informan en cada uno de los escaparates es de hace años. Las paredes se observan resanadas, como anunciando una renovación también desde hace ya algún tiempo y que, por alguna razón, no ha llegado. Entrar a esas bóvedas fue como ingresar a la sala de trofeos de algún abuelito: cabezas de animales ya vetustas en las paredes, ese aroma que nos da un indicio de que ya pasaron por ahí muchos, muchos años y que la renovación o remodelación sólo es una promesa no cumplida.
Para cuando uno llega al módulo que tiene tres bóvedas en las que se puede apreciar la exposición de la Evolución humana y Biogeografía, la frustración y la tristeza son inevitables. ¿Por qué no toman en serio a los espacios culturales esas personas que se dicen funcionarios? Se supone que están ahí, en ese lugar, en ese puesto, para que los espacios culturales sean funcionales, actualizados y modernos; esos secretarios y directores de área perciben un sueldo por supervisar estos espacios destinados a la cultura y al esparcimiento en el Distrito Federal.
Es importante comentar que el museo cuenta en la actualidad con 2,775 piezas. Alrededor de 50% de las piezas están en exhibición y el resto, principalmente la colección de rocas, minerales, herbario y conchas están resguardadas en bodega.
Y no se detiene la sorpresa y la decepción: resulta que este museo (e imagino que algunos más pues, de pronto y de golpe y porrazo a las autoridades culturales del Distrito Federal les ha dado por rentar los espacios culturales como si fueran cualquier salón de fiestas) renta sus espacios. El anuncio dice exactamente esto: “Contamos con 9 cúpulas del museo más el vestíbulo. Ideal para conferencias, charlas o la presentación de productos corporativos”. Realmente es vergonzosa la manera en cómo anuncian los espacios culturales promocionando la renta de sus áreas, vergonzoso y lamentable pues, por desgracia, por más que los recursos ingresen (en caso de que alguien se atreva a rentar un espacio tan descuidado como éste) no son suficientes para que la voluntad de sus directores y de la Secretaria del Medio Ambiente se active y decidan en llevar a cabo una remodelación en serio de este museo.
Para cerrar esta entrega, transcribo aquí la función que –afirman sus directivos- tiene el Museo de Historia Natural y Cultura Ambiental en nuestra ciudad: El Museo de Historia Natural y Cultura Ambiental (MHNCA) es una institución cultural de divulgación científica sin fines de lucro (el resaltado es mío). Se trata de un espacio de encuentro y aprendizaje para visitantes de todas las edades, cuyo propósito es estimular, documentar y difundir todas las actividades que promuevan el conocimiento acerca del Universo, la Tierra y la vida…
Considero que no se cumplen los propósitos trazados. Quienes visitamos este museo salimos de él deprimidos y con la certeza de que falta mucho, pero mucho por hacer en pro de los espacios culturales del Distrito Federal. Sirva esta columna para hacer un llamado a los directores involucrados y de quienes se exige el despabile de su voluntad para que este museo cobre vida y se lleve a total efecto la remodelación de la que tanto se habla y que se ha postergado no sé por qué razón.